Atracción fatal (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)
Jamás pensé vivir un sueño en una noche de verano. Las nubes no quisieron marcharse con el rojizo atardecer. Se quedaron, dejando tras de sí, un rastro de algodón en la puesta de sol. Ahora surgen, arbitrarios en el cielo, infinidad de puntos plateados que brillan con una extraordinaria luz propia. Miro al cielo, tumbado sobre la templada hierba, y noto a una luna deslumbrante aunque algo desorientada.
Al verla, intuyo ver tras ella el reflejo del océano, pero también disimuladas manchas de tristeza. Mi respiración se hace cada vez más densa y relajada, mientras noto titubear el ambiente. Un leve viento sacude la vegetación como si las hojas susurraran, como si quisieran transmitir algún tipo de mensaje imaginario. Estimulo el oído para descifrar su código y escucho música con sabor a desencanto.
Siento una especial complicidad con la luna y acepto su regalo para la reflexión. Es un aliciente para seguir mirándola, para seguir entendiéndola. Quizás estos sentimientos que afloran sean fruto de la confusión, o quien sabe si no serán más que brotes de inmaduros sueños.
Resulta extraño pensar que la luna me haga partícipe de sus íntimas preocupaciones. Esa exagerada insistencia, ese murmullo del viento, me obliga juzgar sus quimeras. Comparto con ella la sensación de estar perdida, entre el oscuro espacio exterior y la Tierra, que es incapaz de abandonarla y que siempre la sigue con su tímida mirada. Definitivamente son almas encontradas próximas en sentimiento, aunque lejanas en la distancia.
Hipnotizado por el resplandor de su luz blanca, llega otra vez esa frívola brisa templada, con deseos de interceder en mis pensamientos. Anhelo mantener viva la sensatez y permanecer tranquilo, para escuchar claramente el eco que anuncia ese amor platónico. Mis sensaciones no distinguen entre locura y cariño.
Mi cabeza continúa aletargada, quizás por fantasía o sueño. Me incorporo para comprobar que sigo meditando despierto y encajo algunas piezas del puzzle. Después de todo, mis pensamientos no son descabellados, parecen los típicos problemas de cualquier relación. Con diferencias y semejanzas, con amores y desencuentros. Tienen ese extraño magnetismo que, en ocasiones atrae y en otras, repele. Un amor que se renueva y mengua, que crece y goza de plenitud.
La tierra no permanece impasible a esta tormentosa atracción. El mar se desboca y busca a su amada en prohibidas escaramuzas. Tienen momentos dulces donde intentan acariciarse, pero también arduas situaciones, cuando la rutina estimula el desfallecimiento. La luna atrae al mar y este le corresponde, con una ola gigante que se desplaza sobre el océano, intentando tocarla, intentado besarla. Es entonces cuando la luna, se aleja atraída por el espacio exterior que reclama su presencia.
Es tarde. Comienza a refrescar con vientos que anuncian tormenta. Esta reflexión me hace sentir incómodo. Compadezco a la luna y en el fondo, me compadezco a mi mismo. Ahora entiendo porque se esconde tras las nubes, porque brilla y se renueva, porque mengua hasta desaparecer.
Esta jugando con su amado, cambia, gira y se traslada. Es su forma de cortejo, de ser coqueta y de luchar por ese amor imposible. La Tierra rueda y rueda, y la luna la observa desde la distancia. El destino, como en tantas y tantas relaciones, maneja los hilos a su antojo.
Ese gris algodón que cubría el cielo, como si hubiera estado escuchando, comienza a llorar con densas lágrimas. Empapado, alzo la mirada y busco a la luna entre las sombras de la noche. Solamente intuyo su reflejo. Al mostrarme su secreto, como avergonzada, ha decidido esconderse tras las nubes.
De camino a casa, no puedo evitar reflexionar. Es extraño pensar en como el amor muestra sus mil caras. De cómo es capaz de crear o destruir pasiones imposibles. De cómo puede llegar a crear una profunda enemistad, convirtiendo amor y odio, en dos caras de la misma moneda. Y de como es tan difícil como especial, encontrar ese verdadero amor pleno, que consiga despertar nuestros mejores sentimientos. Al llegar a casa, algo aturdido, declaro a la luna mi última intención: Guardaré nuestro secreto para siempre.